
Imías, Guantánamo.–Con las mulas de Reinier Rodríguez Dorén no hay trillo que se resista. Donde los camiones triples no pasan, las cuádruples de este guajiro lo hacen. Lo han hecho en ocasiones anteriores, cargadas de palmiche, productos del agro, madera, de cuanta mercancías y recursos han demandado transportación.
En días recientes, tras el paso del huracán Oscar por cuatro municipios del este guantanamero, a estas mulitas les ha tocado llevar sobre el lomo los productos de la canasta familiar normada a unos cuantos sitios que la lluvia dejó sin comunicación por tierra.
«Mis mulas son lo máximo», dice Reinier, medio orondo y con la mano en el cuello de Cachita, guía de un arria de siete cuadrúpedas que también integran Ligera, Holguinera, Morena, Alegría, Negrita y Maritza, las que, después del desbarajuste del ciclón, han tenido que hundir las patas hasta los ijares por la sierra de Imías.
ATENCIÓN, NO PALOS
De mulos, Reinier no quiere saber. Dice que, si de capacidad de carga se trata, «la mula hembra» es mucho más resistente que «el mulo macho», algo que según él, «ta’ requetecomprobao; pregúntele a cualquiera de la gente aquí, pa’ que vea».
A las integrantes de su cuadrilla, este hombre, nacido en El Cuero de Imías, las alaba hasta el punto de asegurar que son presumidas. Les ha colgado a todas un cerquillo multicolor en la frente, y más abajo unas campanillas de hilo que las hacen lucir distintas.
«Mi´ mula´ siempre tienen que andar bonita’, pa’ que lo’ mulo’ la’ piropeen», matiza, con jaranero acento y un poco de picardía. Le sigo el juego, y él, divertido, no pierde la iniciativa, «pues sí, compay, el mulo ve a la mulita y allá va el piropo».
–¿Y cómo es ese piropo?
–Así mire (dilata el cuello y los labios, y ensaya una mueca): él e’tira el pe’ cuezo y la bemba, enseña lo’ dientone’ y hace «hííí, hííí» (un sonido que, a juzgar por lo que explica el arriero, está entre el rebuzno del burro y el relincho de los caballos, pero difiere de ambos).
«Ello’ se entienden –prosigue entre risotadas propias y haciendo que los presentes rían de buena gana–, tienen su idioma, la mula sabe cuándo el macho la elogia, lo oye y mira, a vece’ se di’ trae, ¿sabe?, pero la’ mía’ cuando llevan carga son obediente’, no se ponen pa’ eso».
«Si el mulo dice no, ni a palo –asegura–, pero la culpa de que la be’ tia se niegue la tiene el arriero». Lo dice alguien que cuando empezó a lidiar con los mulos tenía 12 años, y ya tiene 45 entre el lomerío de Imías.
«Uno tiene que saber cuándo el animal ta’ cansado o se siente mal», recomienda, y dice que si el équido quiere agua o comida «se pone rebencú, agresivo, entonce’ hay que mojarle la garganta, matarle el hambre y dejar que repose», porque «en eso ello’ son igualitico que la’ persona’».
Reinier defiende la atención, no los palos, para que el mulo suba la loma aunque el trillo esté malo. «El que trabaja merece que se le atienda, oiga, ¡y e’ ta mula’ trabajan...! Si dice que no, algo tiene, y la culpa, le repito, puede ser del arriero».
AL CANTÍO DEL GALLO
En tiempo normal suelen verse camiones en el parqueo del almacén de Imías, de la Empresa Provincial de Comercio Mayorista, pero el huracán Oscar averió hasta los terraplenes aquí, lo trastocó todo, y ahora resulta que hay decenas de cuadrillas de mulos para hacer lo que los medios automotores no pueden.
Pasada la una de la tarde, unas cuantas partidas habían salido con los lomos repletos, camino de la montaña, los de Reinier permanecían allí. Cuenta que salió de El Cuero a las cinco de la madrugada, y poco antes de las nueve ya estaba en la cabecera municipal, haciendo su cola, porque otros llegaron antes.
Vino para ayudar a llevarle los productos de la canasta familiar normada a la gente de Los Calderos, uno de los lugares de difícil acceso, que le niega el paso a todo vehículo automotor después del ciclón.
Su diálogo con Granma lo simultaneó mientras amarraba una carga, «pa’ que vaya bien protegida y asegurá, el camino e’ re’ baloso y pa’ allá arriba todavía llueve». El carismático hombre sabe que en Los Calderos esperan por él, y sus mulas «no puedo fallarle», dice.
Unas arrías le antecedieron en la partida, otras tantas salieron después, casi todas guiadas por arrieros muy jóvenes, entre ellos Andy Hernández Terrero, de 20 años, quien desde el día anterior había salido de su hogar en la Explanada de Duaba, con Sabanero, Aceituna, Jardinero y Violín, sus cuatro mulos y sus cencerros.
Frente a un dilema crucial está Imías en tiempos de contingencia, que encara con solidaridad y brazos jóvenes como estos. Algunas cifras ilustran lo hecho por ellos, aunque el valor de su aporte no cabe en ninguna estadística.
De acuerdo con lo que explica Alexander Matos Pérez, director de la unidad central de la Empresa Provincial de Comercio Mayorista en Imías, en la llegada de los productos de la canasta familiar normada a casi 850 personas de seis comunidades aisladas por el ciclón Oscar hay una historia de atrevimientos, y protagónicos de unos cuantos arrieros y de decenas de mulas, vencedores de la tempestad y del cansancio.
Allá van loma arriba. «Avanza Cachiiita, entra Ligeeera, anda Morena, que el camino e’ largo». Dice adiós Reinier, sonriente. Serán más de cuatro horas de marcha, 13 kilómetros, varios cruces de ríos y un terreno siempre quebrado y resbaladizo.
«Ahora es más incómodo andar por esa montaña», comentaba antes de enfilar en dirección norte. Atrás ha quedado el barrio de Imías, Reinier se aleja, silba un montuno, lleva la comida de Los Calderos, y la promesa de llegar antes de las siete de la noche a la bodega de esa comunidad.
También dijo que subiría despacio, con mucho cuidado, porque hay fango, los pasos de ríos siguen altos y las corrientes todavía refunfuñan.
–Pero aun yendo con cuidado, ¿no es peligroso el camino?
–Me lo sé de memoria, al igual que mi cuadrilla. La gente necesita de nosotro’. Arriero’ somo’.
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