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Leonor: la bodeguera de La Principal
Actualizado
Martes, Marzo 4, 2025 - 09:21
leonor

Leonor nació para vivir detrás del mostrador. Para mí, es la mejor bodeguera que pisa la tierra. No sé si en el planeta Marte, o en otro, habrá alguien como ella.

Pudieran tildarme de exagerado, pero no conozco otra como Leonor Peña Barbán, aunque realmente no haya muchos “medidores” para evaluarla, al menos en tiempo en que la canasta familiar normada llega “fraccionada”, “picada”, “fragmentada”, las formas populares de decir cuando sus clientes se refieren a la llegada de la cuota, pero Leonor no es la cuota, ni la cuota Leonor.

A cualquier hora ella obliga a que la recuerden. De mañana, de tarde, de noche, su celular siempre está a punto, luego de que hace mucho tiempo creara el grupo Bodega La Principal, en WhatsApp, además del uso de las otras plataformas de pago. Por ahí mantiene informado a la mayoría de los 263 núcleos familiares, al menos, aquellos en que algún miembro tiene teléfono. No solo informa; también ordena.

“Buenos días, grupo, en la panadería hay pan”. Casi siempre ese es uno de los primeros mensajes. Pasa un tiempo que a veces es largo, a veces corto, de acuerdo a como se comporte la llegada de la mercancía a la tienda o la bodega, como suelen llamar a esas casonas que, ocurrencia de alguien, casi siempre se empinan en las esquinas de las calles del pueblo y no a mitad de cuadra.

Y vuelve Leonor con otro mensaje: “Buenas tardes, grupo. Mañana hay pollo para las dietas de los niños. Recuerden que no tengo equipo de frío donde guardarlo”, en alusión a la rapidez con que deben acudir quienes necesitan comprar el alimento, por la carencia, casi generalizada, de equipos de frío en estos locales.

Mi bodeguera es una verdadera profesional detrás del mostrador, aunque en ocasiones “pierde los estribos” con aquellos que llegan con el cigarro en la boca y la estela de humo que se empina como un espiral; o con los que esperan a finales de mes para “sacar” la mercancía y llegan apurados.

“Apaguen el cigarro. En la bodega no se fuma”, les dice a modo de regaño, con una calma pasmosa, aunque a ella le cueste trabajo acopiar la calma. Otro mensaje: “Buenos días, grupo. El que desee comprar lo que le queda, que venga. Vamos a trabajar corrido hasta las 12:00 del día, hoy y mañana.  De 7:00 a 12:00 les reitero”. Y la gente de La Principal se apura, porque Leo —así le dicen los de más confianza— tiene el don de que le hagan caso, como hacen los niños obedientes ante el llamado de la madre.

Pero si de apuros se trata, lo viví el pasado día 18, cuando después de enviar un audio alto y claro, reiteró por escrito: “Buenos días, grupo. Hay cigarros. Vinieron tres cajetillas por persona. Se vencen el 19”. Y en ese momento muchos se lanzan en estampida, tanto fumadores como no fumadores.

Los que fuman por saciar esa sed de viciosos empedernidos. Casi siempre los “fumadores sociales” lo que usan son “suaves”, los inveterados, en cambio, se decantan por el “fuerte”, aunque a veces las marcas se desmarcan y se pierden y el precio se sube allá, por las nubes, y más alto. El que suele venir a la tienda es el Popular.

Hasta 800.00 pesos llegó a estar la caja. Me lo aseguró una señora, jubilada, que esperaba la llegada de los cigarrillos, como “cosa buena”. Y no para fumarlos.

Ella, con dotes de buena matemática sacó unas cuentas de bodega, frase que suele acuñar mi hijo cuando, a modo de prueba, me pone ante los ojos una de esas ecuaciones de su ingeniería nuclear y no logro resolverla. “Papá, pero si eso es matemática de bodega”, me dice.

La señora me comentó: “Somos siete en el núcleo. Cuando dan cuatro cajetillas por personas, suman 28. A 800 pesos cada una. Saca cuentas para que veas. En cifras supera en mucho más de 15 veces el salario de mi jubilación. ¡Dios quiera y no quiten el cigarro de la cuota!, implora con la mirada hacia el cielo. Los míos los vendo cuando a otros se les ha acabado y los fumadores andan como perros con rabia”. Buena estrategia, pienso. Cuántos harán lo mismo.

“Buenos días grupo”, vuelve Leonor. “Vamos a despachar el aseo. Por favor traer la libreta vieja. El censo es 30 de noviembre. Gracias”.

Leonor no dice la edad. Calculo más de 50 y menos de 60. Su larga trayectoria pudiera describirse en breves palabras, desde que comenzó, el 23 de septiembre de 1981, en la bodega La Unión, en Palma Soriano, hasta La Principal, pasando por varias, cuando llegó a Ciego de Ávila.

“Llegué embullada por mi tía y aquí eché raíces”, dice con palabras que hacen dudar de su ascendencia oriental. Tanto se ha aclimatado a su “nueva” provincia en 30 años, que no le dice fongo al plátano, ni macho al cerdo, ni sao al monte.

Si un don tiene Leonor no es el de bailar bien; es, el de la memoria prodigiosa, esa que yo hubiera querido tener a la llegada a la universidad de La Habana, cuando después de tanto inglés; en la secundaria y en el preuniversitario, tuve que chocar con la asignatura idioma ruso (russkiyyazyk), del cual solo conocía las palabras voda (agua) y aceite (maslo), obligadas a aprendérmelas, antes de conducir el transportador blindado, en mi época de soldado en el servicio militar.

Leonor hubiera podido ser máster o doctora en cualquier especialidad que requiriera de buena memoria. Ella conoce el número de todas las libretas de sus núcleos; incluso, a quiénes pertenecen y, para colmo, en caso de dudas, sin mirarlas te dice: “ya usted llevó el café”.

Ella trabaja, desde hace 13 años, con Yamirka, una especie de Sancho Panza, el Escudero de Don Quijote, aunque Yami, como suelen llamarla algunos, no tiene la barriga grande, el talle corto, pero sí las zancas largas y el comportamiento pacífico.

“Yamirka y yo somos una gran familia”, me reitera a cada rato.

En otra ocasión me dijo: “yo no hago trampas. Yo no le quito a mi gente lo poco que viene a la cuota, ni una onza. No tengo corazón para eso; además, todas mis balanzas están certificadas”.

Hasta me habló de las “libretas puntuales o apresuradas” a la hora de ir a la bodega a comprar los mandados: la tres, la cinco, la 118, la 256: “El 90 por ciento de mis clientes vienen en tiempo”, refirió en medio de una sonrisa bonachona.

No perdió tiempo y, también, habló de las morosas: “la 190, la 287 y la 277, que es la suya”.

Y ahí me entró un mensaje, vaya casualidad, de La Principal: “Buenas tardes, grupo, les comunicó que esta tarde, 2:40, vamos a comenzar a vender los mandados. Dos libras de arroz por persona, dos de azúcar y 10 onzas de chícharos. Deben traer jabas porque no tenemos”.

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