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El Padre que «nos echó a vivir a todos»
Actualizado
Lunes, Abril 18, 2022 - 12:15
Carlos Manuel de Céspedes

Era la noche del domingo 18 de abril de 1819, cuando en una casona aristocrática del entonces Bayamo colonial se escuchó el grito de vida del varón que nacía para terrateniente por herencia familiar, y quien, en cambio, contra todo pronóstico, se convertiría en «el primero de los cubanos que consiguió dar a su país y a sus paisanos patria y honra».

Así llegaba al mundo, bajo una lluvia torrencial, Carlos Manuel de Céspedes, cuya existencia misma se tornaría un «aguacero» de continuas emociones y titánicas audacias, que aún a la distancia de 203 años de su natalicio, nos sacuden por dentro.

Y es que resulta difícil no estremecerse ante la épica heroicidad de un hombre-leyenda capaz de los mayores sacrificios del bolsillo y del corazón, en nombre de la emancipación de su tierra.

Un hombre-nación que desafió con sus propios recursos a una metrópoli muy superior en fuerzas y armamento militar, que logró hermanar en la manigua a ricos y pobres, que llamó «hermanos» por vez primera a los esclavos, que convirtió un ingenio en un altar de libertad, y que se echó sobre sus hombros la responsabilidad de todo un pueblo, como eterno Padre de la Patria.

Céspedes fue también un hombre-verdad, que nunca cobró los sueldos que le correspondían por sus servicios mientras se desempeñó como Presidente de la República en Armas, que soportó pérdidas irreparables sin reclamar beneficio alguno para su familia, y que fue capaz de enfrentar las más duras penurias antes que renunciar a la unidad de los cubanos o a uno solo de sus principios. Fue, en esencia, «la encarnación soberana de la sublime rebeldía», tal y como lo describió al morir el coronel del Ejército Libertador, Manuel Sanguily.

De hecho, hay tanta proeza resplandeciendo su ejemplar trayectoria, que muchas veces se olvida que, junto al héroe, habitaba también el hombre imperfecto, de profundos amores y varias contradicciones, cuyo verbo de acero y genio tempestuoso le ganaron tanto enemigos, como admiradores.

En aquel volcán humano que, como expresó Martí, «…nos echó a vivir a todos», tiene Cuba un referente de dignidad y decoro que no podemos soslayar en ninguna de nuestras batallas cotidianas.

Incluso ahora, cuando los intereses injerencistas se arrecian sobre la Isla con campañas de odio y desarraigo, la respuesta de Céspedes –hace más de siglo y medio– a ese mismo enemigo de siempre, nos llega como un estandarte moral: «Nuestro lema es y será siempre: independencia o muerte. Cuba no solo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava».

Tomado de Granma

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